¿Quién es J.D. Vance, el vicepresidente de Donald Trump?
Mucho antes de llegar a la política, J.D., como se le conoce popularmente, sufrió una infancia expuesta a la violencia, a las armas y al consumo de drogas en Middletown, su localidad natal en ese estado del cinturón de óxido (Rust Belt).
James David Vance (Ohio, 1984), vicepresidente de EEE.UU en caso de victoria de Donald Trump, define en su historia de vida el sueño de superación americano: todo en su biografía conspiraba en su contra, pero terminó estudiando en Yale, siendo senador por Ohio y aspirando a ocupar el segundo sillón del país más poderoso del mundo.
Mucho antes de llegar a la política, J.D., como se le conoce popularmente, sufrió una infancia expuesta a la violencia, a las armas y al consumo de drogas en Middletown, su localidad natal en ese estado del cinturón de óxido (Rust Belt).
Su despiadada realidad era la de muchas familias blancas en ciudades manufactureras del medio Oeste, en decadencia allá por la década de los noventa.
Las constantes peleas de sus padres desembocaron en un divorcio tras el que J.D. empezaría a usar el apellido Vance de su madre en vez del Bowman paterno; y su crianza recaería en su aguerrida abuela, a quien llamaba «Mamaw», cuyas enseñanzas moldearon la persona y el político que es hoy.
En su pequeña ciudad -ubicada en los Apalaches-, el pequeño J.D. Vance aprendió que la familia no se elige, pero que hay que quererla igualmente, que el cristianismo era su salvación y que, si alguna vez fallaba, siempre estarían las 19 pistolas que «Mamaw» guardaba en casa.
Ese acervo de valores tradicionales y las ganas de cambiar de aires lo motivaron para alistarse en el cuerpo de marines estadounidense y servir en la guerra de Irak (2003).
En 2005 su abuela falleció y J.D. entendió que su carrera militar había terminado y debía enfocarse en sus estudios en Ciencias Políticas y Filosofía en la Universidad Estatal de Ohio, que culminó con calificación ‘cum laude’, para dar el salto a la Facultad de Derecho de Yale.
Los ecos de esa infancia de ‘basura blanca’ -modo despectivo usado en el país para referirse a familias de clase baja y desestructuradas- resonaron una vez más en la cabeza de J.D. una década después, optando por apartar sus boyantes trabajos entre bufetes y tecnológicas californianas para escribir sus memorias.
Se titularon ‘Hillbilly Elegy’ (‘Hillbilly: Una elegía rural’, en español), vieron la luz en 2016 por HarperCollins y desde el principio fueron un bum en la industria editorial, tanto que Netflix compró los derechos y produjo una película con el mismo nombre en 2020.
Un pecado de juventud relacionado con Trump
En 2016, cuando publicó sus memorias, Vance no llevaba a Trump en el corazón, y en una entrevista con la radio pública NPR llegó a decir: «No puedo soportar a Trump. Temo que esté llevando a la clase trabajadora blanca a un lugar muy oscuro».
J.D. había evidenciado hasta entonces un perfil más moderado y con vocación social, fundando incluso una oenegé para proteger a niños víctimas de entornos complicados como el suyo, pero fue virando en los últimos años hacia un conservadurismo más propio del núcleo MAGA (‘Make America Great Again’).
En esos años, había abandonado el desapego religioso en el que había crecido y se había acercado no tanto al protestantismo -gran base social de Trump-, como al catolicismo, hasta el punto de convertirse a la fe católica en 2019, en su rama más conservadora.
Se casó con una hija de inmigrantes indios llamada Usha, dos años menor que él, a la que conoció en la universidad y que representa la antítesis de las mujeres que hasta ahora han definido el ‘universo Trump’: de piel morena, con maquillaje y ropa siempre discretos, nunca ha renegado de su origen familiar, aunque se ha cuidado de no hacer sombra a su esposo.
Los Vance tienen tres hijos, y de hecho J.D. ha hecho de la natalidad una de sus banderas, hasta llegar a decir, en una frase muy desafortunada, que no entendía por qué había en Estados Unidos tantas ‘solteronas con gatos’ (childless cat ladies).
A J.D.Vance no le ha molestado convertirse en el ariete de Trump en sus ataques a la ideología ‘woke’ (progre), y ha ejercido conscientemente ese papel de guerrero cultural que tantos votos parece procurar a Trump, especialmente entre perfiles masculinos y/o conservadores.
Cuando Trump deshojaba la margarita para elegir candidato a la vicepresidencia, le perdonó su pecado de juventud -sobre todo porque él le había pedido públicas disculpas-. Pero antes le había hecho sentir su desprecio, cuando dijo, comentando su campaña para el Senado: «J.D. me está besando el culo porque necesita mi apoyo».
Dada la edad de Donad Trump, que en caso de ganar se convertirá en uno de los presidentes más ancianos, es relativamente probable que J.D.Vance deba asumir un papel protagonista en los próximos cuatro años. Demostrará entonces cuánto pesa en él la ideología y cuánto el sentido práctico.
FUENTE: EFE
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