Tormentas solares: lo peor está por venir

No cabe duda. 2024 está siendo un año privilegiado en cuanto a grandes espectáculos espaciales. Primero fue el eclipse total de Sol de principios de abril, que dejó a medio mundo con la boca abierta y al otro medio devorando imágenes y vídeos del evento. Y luego, hace apenas unos días, y con el Sol de nuevo como protagonista, una enorme mancha en su superficie que desató tormentas solares de inusitada potencia, tanta que las auroras boreales abandonaron su clásico escenario polar para dejarse ver en latitudes improbables, tan al sur como México o España.
La mayor de todas, la del 8 de mayo, fue realmente enorme según todos los criterios, tanto en la escala de cinco niveles que describe la fuerza de estos fenómenos y en la que aparece como ‘extrema’, como en el índice de cambios del campo magnético terrestre, que la calificó de ‘súper tormenta’.
Según el Centro de Predicciones de Clima Espacial (Space Weather Prediction Center, SWPC), el evento del pasado día 8 fue la primera tormenta geomagnética extrema, de nivel G5, desde 2003. La tormenta afectó en distinta medida a las comunicaciones por radio y a los sistemas GPS a lo largo y ancho del mundo, incluida la conexión por satélite del sistema Starlink, del magnate Elon Musk, que depende de 5.000 satélites en órbita y que sufrió una ‘degradación temporal’ de sus señales.
Preparándose para lo peor, también los operadores de redes eléctricas, las otras grandes víctimas de las inclemencias del tiempo espacial, tomaron distintas medidas en numerosos países, llegando a la desconexión total del sistema en Nueva Zelanda. No en vano, las tormentas geomagnéticas son capaces de ‘inyectar’ corrientes eléctricas adicionales en la red, provocando cortes en el suministro y, en los casos peores, quemando los caros y difícilmente sustituibles transformadores eléctricos, sin los que amplias zonas geográficas se quedarían meses enteros sin electricidad.
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¿Para cuándo la siguiente?
Con todo, en esta ocasión no ha habido que lamentar grandes daños, pero los científicos, y la sociedad, se preguntan si en los próximos meses esto podría repetirse con una intensidad mayor. No hay que olvidar, dicen los expertos, que el punto máximo de actividad de este ciclo solar (el número 25), está ya muy cerca, y es muy posible que lo peor esté aún por llegar.
Según explica la revista ‘Nature’, la sonda Solar Orbiter de la Agencia Espacial Europea se encuentra ahora casi detrás del Sol, lo que le permitirá observar la tormenta desde una perspectiva muy diferente de la que tenemos desde la Tierra. Y es que la región activa 3664, responsable de las tormentas de hace unos días, está ‘girando’ ahora hacia la cara oculta de nuestra estrella, (el Sol cumple una rotación cada 27 días) de modo que desaparecerá de nuestra vista, pero entrará de lleno en el campo de visión de la nave europea. «Deberíamos tener una mejor idea en los próximos días de sí esta mancha solar tiene la intención de seguir golpeando al otro lado del Sol», afirma David Williams, uno de los científicos de operaciones de instrumentos de la nave espacial. Pero nada es seguro.
También la sonda Solar Parker, de la NASA, podría facilitar una perspectiva adicional de la enorme mancha, y quizá aportar valiosos datos al respecto, pero la ‘fiesta’ la ha sorprendido en el punto más alejado de su órbita, lo que significa que sus datos podrían tardar algún tiempo en llegar hasta la Tierra. Un tiempo que es posible que no tengamos.
En otro orden de cosas, la nave Maven, de la NASA, actualmente en la órbita de Marte, podría aportar datos interesantes, ya que se espera que una eyección de masa coronal se estrelle en los próximos días contra el planeta rojo.
Pero poco más se puede decir al respecto. Y si el Sol nos tiene preparada una gran tormenta como despedida de este ciclo, es algo que los científicos no pueden saber. De hecho, podría suceder en cualquier momento. Se espera que el ciclo solar actual alcance su punto máximo en algún momento de este mismo año, predicción que se desprende de la gran cantidad de manchas solares que se vienen observando en las últimas semanas. Y se sabe también que las mayores tormentas suelen suceder meses, o incluso años después de este ‘pico’ de actividad que se alcanza una vez cada 22 años. Para colmo, y a medida que el ciclo solar avanza, las manchas tienden a aparecer más cerca del ecuador solar, lo que aumenta las posibilidades de que las eyecciones de masa coronal se dirijan directamente hacia la Tierra en lugar de al espacio.
En la memoria colectiva queda la que fue la mayor tormenta solar registrada en tiempos históricos, el evento Carrington, que en 1859 inyectó tanta energía en la atmósfera que las oficinas de telégrafos (el mayor sistema eléctrico de la época) se incendiaron de forma espontánea. Si algo así sucediera ahora, en una sociedad que depende de la energía eléctrica para las comunicaciones, los transportes, la sanidad y la economía, las consecuencias serían incalculables.
¿Volverá a suceder algo parecido? La respuesta es un rotundo sí. ¿Pero cuándo? Eso resulta difícil, prácticamente imposible de saber. Lo único que sabemos seguro es que, cuando ocurra, debemos estar preparados, y lo cierto es que, a pesar de que los esfuerzos aumentan, estamos aún muy lejos de eso.
El ciclo 25 llega a su máximo
La actividad solar oscila en ciclos de once años, pasando de un punto mínimo a otro máximo. El último ciclo, el número 24, fue muy tranquilo, y numerosos expertos pensaban que esa ‘calma’ no era más que el preludio de la ‘tempestad’ que se desataría en el ciclo siguiente, el 25, que empezó en 2019 y en el que nos encontramos ahora. Y tenían razón. Por supuesto, a lo largo de su dilatada existencia, el Sol ha cumplido ya incontables ciclos, pero la humanidad los lleva registrando hace apenas 275 años (25 x 11 = 275).
Los expertos creen que el máximo solar, el punto de mayor actividad de este ciclo, llegará en algún momento de este mismo año. Lo cual significa que es muy probable que durante los próximos meses (y años) se produzcan eventos solares cada vez más fuertes y frecuentes. En épocas de calma, la superficie del Sol aparece uniforme y casi sin manchas. Pero cuando su número crece, la actividad se dispara. Las manchas solares son zonas más frías que emergen a la superficie del Sol como burbujas en el agua hirviendo. Su presencia altera el campo magnético, que se retuerce sobre ellas formando vistosos arcos. Cuando esos arcos se rompen, provocan violentas erupciones, ‘latigazos’ magnéticos que lanzan al espacio enormes cantidades de material solar. Es lo que se conoce como ‘Eyección de masa coronal’.
Como una nube ardiente, todo ese material expulsado recorre el espacio a cientos, incluso a miles de km por segundo. Y cuando apunta hacia la Tierra, da lugar a lo que aquí conocemos como tormentas solares. La nube, en efecto, está hecha de partículas de muy alta energía, y cuando pasa por encima de un planeta, tiene el potencial de ‘arrancar’ jirones de su atmósfera. Afortunadamente, la Tierra dispone de un poderoso escudo, un campo magnético que se genera en el núcleo terrestre y que nos protege de esas agresiones letales para la vida, desviando las partículas alrededor del planeta y evitando así que entren en la atmósfera.
Muchas de esas partículas, sin embargo, se ‘cuelan’ por las zonas polares, donde el campo magnético es más débil, y dan lugar al bello e inofensivo fenómeno de las auroras boreales. A pesar de ello, cuando las tormentas solares son más fuertes, como las de la semana pasada, muchas partículas atraviesan el escudo magnético y provocan auroras en latitudes muy poco frecuentes. Y tienen el potencial de afectar negativamente a las redes eléctricas y de comunicaciones, de las que depende nuestra sociedad actual.
Fuente: Panorama
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